Hice arribo a una ciudad completamente desconocida, bajé mi maleta llena de emociones encontradas porque te iba a ver por primera vez. Entre sonrisas nerviosas y manos sudorosas, me encontraba ahí sentada sobre mi equipaje, esperándote y sin saber qué esperar al mismo tiempo. Distraída dentro de mis pensamientos, levanté mi rostro queriendo reconocerte entre las personas que al igual que yo, esperaban. Entre maletas y cuerpos de un lado a otro, te paraste enfrente de mí y sonriéndome me dijiste: “Claro que eres tú”, a lo que solo pude responder: “Si yo soy”. Ofreciéndome tu mano me levantaste, sorprendida me recibiste en tus brazos dándome aquel tan anhelado beso del que tanto habíamos platicado.
Dándome la bienvenida, como todo un caballero cargaste mi maleta y tomándome de la mano y sin despegar tu mirada de la mía, nos dirigimos a tu auto. No tardaste en mencionar lo bella que me encontrabas, de los hermosos ojos que tengo y de la dicha que sentías al tenerme ahí, a tu lado. Sin soltar mi mano, tomaste carretera diciéndome que me llevarías al "Cielo", a lo que respondí: “Llévame a donde tú quieras, mientras tú estés conmigo”, frase que te hizo estremecer, apretando tiernamente mi mano. En ese momento, solo pensaba que no me había equivocado, que el estar ahí con él era la mejor decisión que había tomado y que me dejaría llevar sin que me perturbara nada. Estaba dispuesta a disfrutar cada momento y de todo lo que viniera.
Después de un par de horas de camino, de bellos paisajes, de un hermoso lago, de verdes montañas y delicioso olor a tierra mojada, llegamos al lugar más maravilloso que mis ojos han visto. Estábamos en lo alto de la montaña donde se podían tocar las nubes… no me habías mentido, definitivamente estábamos en el “Cielo”. Todavía sorprendida de aquel lugar, bajaste mi maleta y la tuya también, tomaste de nuevo mi mano dirigiéndome a nuestra cabaña destinada. Robándote la llave de tu bolsillo, abrí la puerta y sorprendida de lo que estaba viendo, solo recuerdo que me llevé la mano a la boca; era mi sueño hecho realidad, tal como algún día te lo había platicado: leña recién encendida, luz de velas por toda la habitación y un inolvidable aroma a rosas, y por supuesto, tu y yo.
Sin decir nada más, te miré y te besé como a nadie había besado. Dejaste caer las maletas y abrazados en aquel beso, nos tiramos a la cama y entre tiernas caricias, nos quitamos las ropas quedando totalmente desnudos. Cubriendo mi desnudez con tus brazos, fue solo que dijiste: “Gracias por estar aquí”. Y me entregué a ti, plena, gloriosa y apasionadamente como si estuviese en el "Cielo"... sí, por primera vez.
© Viernes, 25 agosto, 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario