"Dedicado a mis queridas mustias, que como yo, seguimos solteritas"
Es domingo y me encuentro en la clásica fiesta dominguera en compañía de toda, pero absolutamente toda la familia para festejar los maravillosos y bien vividos sesenta y nueve años, del siempre alegre Tío Chuy, quien se encontraba realmente feliz por la agradable sorpresa.
Entre cazuelas con exquisitos guisos, un antojable pastel de chocolate, una piñata de un desfigurado “Batman” y las, siempre presentes y jamás olvidadas, cervezas bien frías y algunas palomitas amenizaron en breve las conversaciones de los presentes.
La chusca y espontánea celebración transcurría tranquilamente: gritos, llantos, enanos y enanas corriendo de un lado a otro por toda la casa, como recién sacados de sus jaulas, daban al ambiente una extraordinaria e inolvidable convivencia familiar.
Se llegó la hora de la comedera. Con plato en mano, me dispuse a hacer fila y servirme un poco de todo. Como experta malabarista esquivé a cuanto sobrino se me ponía enfrente. Agarrando fuertemente mi ya empezada “bohemia”, me dispuse a buscar, entre las mesas totalmente ocupadas de comensales, un lugar vacío, lugar que encontré exactamente a un lado de mi señor padre, quien se encontraba acompañado entre tíos y tías entrándole duro y con singular alegría a los señores tacos.
Sin contratiempo alguno, hice mi arribo con éxito a la mesa y sin perder más tiempo le llegué al taco de mole, chicharrón verde, huevo rojo y picosas rajas con crema.
Entre que se le mordía al taco y se hablaba de un tema y de otro, de pronto se hizo el silencio… Cabe mencionar que era la persona, por muchos años, la más joven de la mesa, okeyyy. Fue entonces, que entre aquel mudo silencio se soltó la inevitable pregunta hacia mi atragantada persona: “¿y tú mija, por qué no tienes novio?”… Simulé masticar un pedazo de taco que me había llevado a la boca y ganar así un poco más de tiempo para buscar entre mi convulsionado ser, la mejor respuesta. Al no emitir palabra ni sonido alguno, pronto surgió del otro lado de la mesa una voz que dijo: “… porque ya pasas de los treintas y no te conocemos a nadie aún”… Y otra “por cierto, qué sucedió con aquel chico que trajiste a la cena de noche buena, cómo se llamaba?”…
Y yo todavía masticando el mismo pedazo de taco, buscaba desesperadamente entre mi mente, en mi pasado, entre mis recuerdos y mis miedos, las acertadas respuestas a tan inesperado interrogatorio. Me habían puesto frente a la pared de fusilamiento con tanta inche pregunta… A lo que solo pude responder: “Aquel muchacho se llama Xxxxxxx y seguimos siendo amigos. Y no, aún no tengo novio y aunque ya han pasado 31 años, sigo esperando el día a que esa persona me encuentre…”
Continuaron comiendo y yo sigo aquí masticando mi respuesta…
© Lunes, 21 agosto, 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario