Okey una noche decides, tu mustia mojigata, aburrida y solterona, que ya es tiempo de que mandes todo a la fregada y que te importe un bledo lo que piense o diga la gente. Decides salir de tu estúpido y duro caparazón e ir “de cacería” de lo que sea. Pones manos a la obra, comienzas por darte una ducha, te arreglas y empiezas a sentirte bella. Sacas de tu desordenado closet aquella blusa que se encontraba arrumbada durante varios meses y que muestra ese par de voluminosos y redondos encantos, poniéndote esos pantalones que realmente te hacen ver como Santa Elena… Sales de tu casa, echando tiros, derramando ego y sensualidad a tu paso. Te diriges al más cool y más nice de los escaparates de vanidad, a dónde más que al centro comercial. Exagerando un poco el meneo de tus caderas al caminar, decides sentarte en un café a disfrutar de un cigarrillo y así echar un vistazo a tus próximas presas. Sin mucho tiempo que esperar, se acerca un hombre de no más de treinta y tantos años, de buen porte, impecablemente vestido y exquisitamente perfumado… (wooww de aquí soy dijo la mustia); dirigiéndose a ti con voz galante y varonil:
– ¿te puedo acompañar?
… y sin pensarlo mucho le respondes que adelante.
Sacó de su saco una cajetilla de elegantes cigarillos y un fino encendedor. Pidió un café “exprés” y de inmediato inició una muy agradable e interesante charla. Conversamos de todo, mucho de él y otro tanto de mí… Escuchándolo sólo pasaba por mi mente el tirármelo y comérmelo ahí mismo, besarlo apasionadamente, arrancarle la ropa y ver de una vez por todas, ese musculoso y bien formado cuerpecito y que no era nada difícil de imaginar. Volviendo de mis sucios y cachondos pensamientos, continué oyéndolo. Me dedicó algunos halagos a los que agradecí tímidamente y sin esperar demasiado, porque francamente ya estaba a punto de turrón, lo invité a casa, aceptando mi intempestiva propuesta sin dudarlo.
Camino a casa, sentado en el asiento del copiloto, me percaté que su pantalón dejaba ver un buen marcado músculo de sus piernas, que me llevó a pensar del banquetote que me esperaba.
Llegamos a casa, lo dirigí a la sala de estar, encendiendo el televisor le ofrecí algo de beber, a lo que respondió: Sólo agua por favor.
Sentados en el sofá por un buen rato, se hizo el silencio y acechándome como una salvaje fiera, me besó apasionadamente tirándome sobre algunos cojines. Labios, besos, manos y caricias; respiraciones alteradas y espontáneos gemidos emergieron de nuestras bocas, haciendo de ese momento el más excitante. Nos arrancamos las ropas quedando totalmente desnudos. Centímetros y centímetros de piel bronceada que besar y tocar… Quedando a su merced, penetró en mí y enjugándose de mi humedad, lo hicimos una y otra vez: salvaje, duro, fuerte… con desmedida y alocada pasión, dolor y sudor, hasta terminar ahogados de cansancio sobre la alfombra. En medio de aquel silencio, solo mencionó:
– Vaya que fue agradable… ¿te puedo llamar después?
Sin darle mayor importancia a lo que acabada de escuchar, puesto que me encontraba embelesada, agotada y fascinada después de aquella larga dosis de sexo apasionado, comenzó a vestirse y cerrando la puerta, preguntó:
– ¿Cómo dijiste que te llamas?
–Karo, contesté.
Y fue entonces que me sentí, más sola que nunca…
© Domingo, 06 agosto, 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario